Testimonio de Don Juan Capó
32. Luego, preguntándose cual era
la novedad de estos nuevos cursillos (ya que los cursillos de peregrinos
también eran «cursillos») Don Juan Capó contesta:«Los
cursillos anteriores tenían una temática uniforme, aunque sus especificaciones
estaban al albedrio de cada responsable. Esto continuó así para el Cursillo
número uno y para algunos de los posteriores (pág. 16). Unos ejemplos nos
pondrán en la pista. Idéal fue introducido cuando en la Escuela se fueron
analizando los Cursillos. Se ha dicho que los rollos de gracia se copiaron de
la temática de los cursillos anteriores; nada más falso. El rollo de
sacramentos sufrió, entre otras, la variación del lugar. Durante mucho tiempo
resultó un rollo intrascendente. Su visión era pobre, sacramentalista. Aunque
parezca mentira, durante mucho tiempo lo dio el
seminarista que solía acudir a todos los cursillos, y se reducía a una
explicación de lo que cada sacramento con exclusivas referencias a su materia,
su forma y sus condiciones de validez para una recepción fructuosa (pág. 24).
Acerca de las meditaciones se dejó al principio una libertad de uso e
improvisación. Por lo que se refiere a la primera meditación, los ejemplos
estaban abundantemente sacados de las obras de Tihamer Thot. Se intentaba
sencillamente no aburrir y hacer pensar que el momento podía ser decisivo en su
vida. De la mención incidental de un ejemplo tomó cuerpo el tema de la
«película de la vida». En la del «hijo pródigo», la primitiva redacción se
completaba con una consideración de Getsemaní, para dar la conciencia de que
somos actores personalmente conocidos en la pasión y en el dolor de Cristo. Las
«tres miradas» conoció una trayectoria más azarosa. No siempre se entendió
perfectamente su pensamiento. No se trata tanto de describir la mirada de
Cristo cuanto de sentirse mirados. Era un medio para una introspección» (pág.
29).
33. Don Capó aprovecha luego para
hacer el elogio de dos pioneros: Don Sebastián Gayá y Eduardo Bonnín (pág. 35).
En el capítulo siguiente, nos habla de los numerosos ataques que el nuevo
movimiento sufrió de parte de algunas autoridades eclesiásticas. Nos da el
ejemplo de un obispo recién nombrado que declaraba que «los Cursillos habían
sido unas misiones populares entre los descargadores del muelle, y por eso eran
bastos en sus planteamientos, simplistas en su doctrina y rozando la grosería
en sus expresiones» (pág. 41). Cuenta también como una agresiva acusación vino
en plena clausura de parte de un desconocido; pues, no habían adoptado todavía
la decisión experimentada de la norma prohibitiva... Y termina diciendo: «Nunca
dejamos de sentirnos molestamente vigilados, malamente enjuiciados,
injustamente condenados» (pág. 45). Por ejemplo, se acusaba a los cursillistas
de prácticas coactivas tanto hacia los propios miembros como hacia los no
creyentes. Y Forteza nos cuenta el hecho siguiente. « Se daba por cierto
que estando un cursillista descarriado en un baile de mala nota, en un cabaret,
a altas horas de la madrugada, entró un grupo de fieles empuñando en alto un
crucifijo y afeándole la conducta a voz en grito... He podido comprobar que los
hechos fueron totalmente distintos y que, sabiendo Antonio Darder y Eduardo
Bonnín que uno de sus amigos de reunión de grupo se había despistado hacia tal
baile, se limitaron a entrar en él como unos clientes más, y Darder aprovechó
la ocasión para saludar a su amigo dándole la mano donde mantenía escondido un
pequeño crucifijo; lo que bastó para que con toda discreción el saludado
decidiera abandonar el local (Cf. Forteza, pág. 67). Y Don Capó termina su
librito con un elogio de Mons. Hervás. «Captó la inquietud, amparó las
iniciativas, impulsó hacia metas más ambiciosas y orientó personalmente hasta
comprometer su propio prestigio por mantener sin miedo las reivindicaciones
apostólicas, a veces tumultuosas, de aquella juventud. Asistió a retiros,
celebró semanalmente la misa con nosotros...Desde la asamblea de Diciembre de
1949, en la que se pronunció a favor de los Cursillos, hasta su intervención en
la catedral en su plática a todos los sacerdotes en 1951, siempre se
mostró de la misma manera. Fue la honda que hizo posible que el David de
nuestra juventud se impusiera al Goliat de los opositores» (pág. 50).
34. Se dan cuenta como los
primeros años del MCC sufrieron turbulencias. Recorriendo las páginas de su
historia palpamos de verdad como esta obra era conducida por el Espíritu. De
otro modo, no hubiera sobrevidido a sus fundadores y no tendríamos hoy un
Movimiento esparcido en los cinco continentes, con millones de miembros de
todos los idiomas. Don Gayá, por su parte, está convencido que el MCC nació
bajo la protección de la Virgen María, pues, Mons. Hervás (6) había declarado el
año 1949 «Año Mariano», en preparación a la definición del dogma de la
Asunción, y a causa también de las circunstancias providenciales que prepararon
la cuna del Movimiento precisamente encima del santuario de Nuestra Señora de
Gracia, como lo vimos arriba (# 5).
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