miércoles, 9 de agosto de 2017

f---Testimonio de Don Payeras





facade du monastère San Honorato

Testimonio de Don Payeras

Lugar del Cursillo #1

Al entrar en la capilla del monasterio de San Honorato. Lugar de Cursillo # 1 en enero de 1949. Cincuenta años más tarde, treinta cursillistas del MCFC de ir allí en peregrinación.
http://cursillos.ca/photos/pelerinage2000/p-nazhon5.jpgDentro de la capilla. El Padre Nazaire Auger, c.j.m. preside la Misa
http://cursillos.ca/photos/pelerinage2000/p-honrollo.jpgDentro de la sala de rollos. Padre Loyola Gagne, s.s.s., explica los antecedentes y los diversos aspectos.
Plaque commémorative du cursillo #1En la entrada al monasterio, una placa que conmemora el primer Cursillo de Cristiandad reconocido por la Iglesia
28.      Sobre este evento, tenemos largos testimonios. Pero sería bueno leer por completo el texto de Don Guillermo Payeras, quien fue uno de los tres asesores que participaron sucediéndose uno a uno durante el fin de semana. Su relato nos hará revivir las emociones de esta primera hora y nos permitirá volver a la fuente misma de esta experiencia en la que  millones de personas participan con tanto provecho, desde hace cincuenta años.
29.       «El 12 de Diciembre de 1948, recibí una llamada de Don Sebastián Gayá, responsable diocesano de AC y al mismo tiempo secretario del obispo, para anunciarme que convendría que participara como asesor en una sesión de jóvenes. Me dijo entre otras cosas: «Prepara cinco charlas sobre la gracia y una meditación por cada día. La primera noche habrá un corto retiro animado por Don Juan Capó. Sin embargo convendría que tú lo encontraras al mismo tiempo que los seglares que trabajarán contigo. El rector será Eduardo Bonnín...» Y colgó.
De regreso a casa, empecé inmediatamente a consultar mi biblioteca para preparar estas charlas sobre la gracia. Encontré algunos libros adecuados: "Vive tu vida" de Arami, "El jóven y Cristo" de Mons. Tihamer Thot, "La gracia y la gloria" de Terrien. Empecé a leerlos.
Don Juan Capó era uno de mis grandes amigos. Fue él — en calidad de excelente teólogo — que me ayudó a redactar los esquemas de lo que volverían a llamarse con el tiempo los rollos místicos. Para las meditaciones, me inspiré mucho de Mons. Thot.
Ya existía un equipo... pero no habíamos encontrado todavía sitio para esta sesión. Un poco antes de navidad, el  hermano de Eduardo, Jorge — un jóven formidable — nos llevó en su automóvil (una Fiat Balilla) al monasterio de San Honorato. Íbamos Jorge y Eduardo, Don Juan Capó y yo. Eduardo y Juan se habían puesto de acuerdo; Jorge y yo ignorábamos lo que ellos tramaban.
El monasterio San Honorato,  está situado a treinta kilómetros de Palma sobre la colina que se destaca por encima del pueblo de Randa. Cuando llegamos, todo estaba cerrado: eran más de las 20 horas. Sin embargo, tocamos. Después de una larga espera, desde el interior una voz preguntó quienes éramos. Después de tranquilizar a esta persona sobre nuestra identidad, finalmente consintió en abrirnos. Después de enterarse del objeto de nuestra visita, insinuó que lo mejor era dirigirnos al General de esta Congregación — los Misioneros de los Sagrados Corazones — quien se encontraba precisamente en casa.
Lo fue a buscar. El P. Munar (2) llegó, con un candelero en la mano (el monasterio no tiene electricidad...). Nos sentamos y le hablamos de nuestro deseo de organizar una sesión en este monasterio para un grupo de jóvenes. El General trató de convencernos que sería preferible dirigirnos al santuario de Lluc, ya que San Honorato no tenía electricidad y que la casa no le parecía adecuada para este tipo de actividades. Inocentemente — ya les dije que ignoraba todo de su plan — yo dí la razón al General, cuando en seguida recibí una patada, debajo la mesa, no sabiendo si provenía de Eduardo o de Don Juan. Fue solamente más tarde cuando supe que tenían absolutamente que realizar la sesión en este sitio, en plena montaña aislada, ¡para evitar de que los muchachos se escaparan!
Plaque commémorative du cursillo #1
No fue sino después de una larga discusión con el General que nos pusimos de acuerdo. Más eso no fue todo. Ponían cuartos a nuestra disposición, pero... ¡vacíos! Teníamos que ir en busca de colchones al convento de los franciscanos, en lo alto de la montaña. Ellos consintieron, pero no teníamos transporte. No importó, el equipo se prestó generosamente a transportarlos todos sobre sus espaldas y en pleno invierno. Son varios kilómetros de ida y de vuelta (Rohloff, p. 44).
Llegó la fecha histórica del viérnes, 7 de Enero de 1949. A las 18 horas, salimos en autopulman todos juntos, los jóvenes y el equipo: una treintena de personas. Habíamos distribuido los asientos para ayudar a crear un clima de amistad y de alegría. Lamentablemente, durante el viaje, tratamos en vano de animar la conversación o de cantar; más parecía ser que el momento no era propicio.
Una vez en San Honorato, repartimos los cuartos a cada uno y los convocamos para el primer rollo, dado como previsto por Don Juan Capó. Los que oyeron a Don Juan conocen la alta calidad de sus intervenciones, pero, además, tienen que recordar que esa noche, llegaba todavía muy fresco de Roma, en todo el ardor de su juventud. Dió un rollo que inflamó a su joven auditorio. En seguida se rezó el viacrucis dirigido por Eduardo, luego se cenó en silencio, se hizo otra meditación seguida del rosario y de la oración de la noche en la "Guía del Peregrino", y por fin, a la cama. Acabábamos de empezar, sin saberlo, lo que se llamaría más tarde, EL PRIMER CURSILLO DE LA HISTORIA.
Al día siguiente, Don Juan regresó a la ciudad. Me quedé solo. Empecé por la meditación de la mañana: «Las tres miradas», inspirada de Mons. Thot. Si bien recuerdo, fue después del desayuno, en el momento de romper el silencio, que entonamos por primera vez, la canción «De Colores», ignorando por supuesto que se cantaría en todo el mundo y en todos los idiomas (3).  Se dijo que la popularidad de ese canto en Mallorca, dependía del hecho de que el cine, en esta época, pasaba del blanco y negro al tecnicolor...
Reunidos en la sala de conferencias, repartimos los puestos en las mesas con sus respectivos presidentes y secretarios. Distribuimos material para  los dibujos, para tomar notas, etc. «Todo estaba bajo control», pero debo confesar sinceramente que siendo el asesor, ignoraba absolutamente todo sobre una cantidad de cosas. El único que sabía a donde iba, era el rector, Eduardo. Todo se desenvolvía como previsto tanto desde el punto de vista técnico que espiritual, más o menos  como lo hacemos ahora, cincuenta años más tarde. Cristo nos daba una gran lección: continuaba efectivamente interesando a los jóvenes y tenía una palabra que decir a nuestros contemporáneos.
El Domingo por la tarde tuvo lugar la clausura a la cual no había invitados. Sin embargo, vinieron a reunirse con nosotros Don Sebastián para dar el rollo final y un seglar, Juan Mir. Fue una clausura vibrante, llena de testimonios fuertes, durante la cual  Eduardo dió lectura a una carta del obispo, Mons. Hervás. Recuerdo también que Eduardo (4)comentó esta frase del Evangelio: «Mayores cosas vereis.» Palabras proféticas que se cumplieron al pié de la letra, pues nunca podremos evaluar, calcular ni aún imaginar todo lo que el Movimiento de los Cursillos realizó en el mundo entero. Sólo Dios lo puede hacer. Por ello no hay sino un solo sentimiento posible y justo que debe surgir de nuestros corazones, y es de decir todos: ¡GRACIAS, SEÑOR!» (Traducido de «Cursillos in Italia», # 102, 1992, pág. 19-20)

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