Testimonio de Don Payeras
Lugar del Cursillo #1
Dentro
de la capilla. El Padre Nazaire Auger, c.j.m. preside la Misa
Dentro
de la sala de rollos. Padre Loyola Gagne, s.s.s., explica los antecedentes y
los diversos aspectos.
En
la entrada al monasterio, una placa que conmemora el primer Cursillo de Cristiandad
reconocido por la Iglesia
28. Sobre este evento, tenemos
largos testimonios. Pero sería bueno leer por completo el texto de Don
Guillermo Payeras, quien fue uno de los tres asesores que participaron
sucediéndose uno a uno durante el fin de semana. Su relato nos hará revivir las
emociones de esta primera hora y nos permitirá volver a la fuente misma de esta
experiencia en la que millones de personas participan con tanto provecho,
desde hace cincuenta años.
29.
«El 12 de Diciembre de 1948, recibí una llamada de Don Sebastián Gayá,
responsable diocesano de AC y al mismo tiempo secretario del obispo, para
anunciarme que convendría que participara como asesor en una sesión de jóvenes.
Me dijo entre otras cosas: «Prepara cinco charlas sobre la gracia y una
meditación por cada día. La primera noche habrá un corto retiro animado por Don
Juan Capó. Sin embargo convendría que tú lo encontraras al mismo tiempo que los
seglares que trabajarán contigo. El rector será Eduardo Bonnín...» Y colgó.
De regreso a casa, empecé inmediatamente a consultar mi biblioteca para preparar estas charlas sobre la gracia. Encontré algunos libros adecuados: "Vive tu vida" de Arami, "El jóven y Cristo" de Mons. Tihamer Thot, "La gracia y la gloria" de Terrien. Empecé a leerlos.
De regreso a casa, empecé inmediatamente a consultar mi biblioteca para preparar estas charlas sobre la gracia. Encontré algunos libros adecuados: "Vive tu vida" de Arami, "El jóven y Cristo" de Mons. Tihamer Thot, "La gracia y la gloria" de Terrien. Empecé a leerlos.
Don Juan Capó era uno de mis grandes
amigos. Fue él — en calidad de excelente teólogo — que me ayudó a redactar los
esquemas de lo que volverían a llamarse con el tiempo los rollos místicos. Para
las meditaciones, me inspiré mucho de Mons. Thot.
Ya existía un equipo... pero no
habíamos encontrado todavía sitio para esta sesión. Un poco antes de navidad,
el hermano de Eduardo, Jorge — un jóven formidable — nos llevó en su
automóvil (una Fiat Balilla) al monasterio de San Honorato. Íbamos Jorge y Eduardo,
Don Juan Capó y yo. Eduardo y Juan se habían puesto de acuerdo; Jorge y yo
ignorábamos lo que ellos tramaban.
El monasterio San Honorato,
está situado a treinta kilómetros de Palma sobre la colina que se destaca por
encima del pueblo de Randa. Cuando llegamos, todo estaba cerrado: eran más de
las 20 horas. Sin embargo, tocamos. Después de una larga espera, desde el
interior una voz preguntó quienes éramos. Después de tranquilizar a esta
persona sobre nuestra identidad, finalmente consintió en abrirnos. Después de
enterarse del objeto de nuestra visita, insinuó que lo mejor era dirigirnos al
General de esta Congregación — los Misioneros de los Sagrados Corazones — quien
se encontraba precisamente en casa.
Lo fue a buscar. El P. Munar (2) llegó, con un
candelero en la mano (el monasterio no tiene electricidad...). Nos sentamos y
le hablamos de nuestro deseo de organizar una sesión en este monasterio para un
grupo de jóvenes. El General trató de convencernos que sería preferible
dirigirnos al santuario de Lluc, ya que San Honorato no tenía electricidad y
que la casa no le parecía adecuada para este tipo de actividades. Inocentemente
— ya les dije que ignoraba todo de su plan — yo dí la razón al General, cuando
en seguida recibí una patada, debajo la mesa, no sabiendo si provenía de
Eduardo o de Don Juan. Fue solamente más tarde cuando supe que tenían
absolutamente que realizar la sesión en este sitio, en plena montaña aislada,
¡para evitar de que los muchachos se escaparan!
No fue sino después de una larga discusión con el General que nos pusimos de acuerdo. Más eso no fue todo. Ponían cuartos a nuestra disposición, pero... ¡vacíos! Teníamos que ir en busca de colchones al convento de los franciscanos, en lo alto de la montaña. Ellos consintieron, pero no teníamos transporte. No importó, el equipo se prestó generosamente a transportarlos todos sobre sus espaldas y en pleno invierno. Son varios kilómetros de ida y de vuelta (Rohloff, p. 44).
No fue sino después de una larga discusión con el General que nos pusimos de acuerdo. Más eso no fue todo. Ponían cuartos a nuestra disposición, pero... ¡vacíos! Teníamos que ir en busca de colchones al convento de los franciscanos, en lo alto de la montaña. Ellos consintieron, pero no teníamos transporte. No importó, el equipo se prestó generosamente a transportarlos todos sobre sus espaldas y en pleno invierno. Son varios kilómetros de ida y de vuelta (Rohloff, p. 44).
Llegó la fecha histórica del
viérnes, 7 de Enero de 1949. A las 18 horas, salimos en autopulman todos
juntos, los jóvenes y el equipo: una treintena de personas. Habíamos
distribuido los asientos para ayudar a crear un clima de amistad y de alegría.
Lamentablemente, durante el viaje, tratamos en vano de animar la conversación o
de cantar; más parecía ser que el momento no era propicio.
Una vez en San Honorato, repartimos
los cuartos a cada uno y los convocamos para el primer rollo, dado como
previsto por Don Juan Capó. Los que oyeron a Don Juan conocen la alta calidad
de sus intervenciones, pero, además, tienen que recordar que esa noche, llegaba
todavía muy fresco de Roma, en todo el ardor de su juventud. Dió un rollo que
inflamó a su joven auditorio. En seguida se rezó el viacrucis dirigido por
Eduardo, luego se cenó en silencio, se hizo otra meditación seguida del rosario
y de la oración de la noche en la "Guía del Peregrino", y por fin, a
la cama. Acabábamos de empezar, sin saberlo, lo que se llamaría más tarde, EL
PRIMER CURSILLO DE LA HISTORIA.
Al día siguiente, Don Juan regresó a
la ciudad. Me quedé solo. Empecé por la meditación de la mañana: «Las tres
miradas», inspirada de Mons. Thot. Si bien recuerdo, fue después del desayuno,
en el momento de romper el silencio, que entonamos por primera vez, la canción
«De Colores», ignorando por supuesto que se cantaría en todo el mundo y en
todos los idiomas (3).
Se dijo que la popularidad de ese canto en Mallorca, dependía del hecho de que
el cine, en esta época, pasaba del blanco y negro al tecnicolor...
Reunidos en la sala de conferencias,
repartimos los puestos en las mesas con sus respectivos presidentes y
secretarios. Distribuimos material para los dibujos, para tomar notas,
etc. «Todo estaba bajo control», pero debo confesar sinceramente que siendo el
asesor, ignoraba absolutamente todo sobre una cantidad de cosas. El único que
sabía a donde iba, era el rector, Eduardo. Todo se desenvolvía como previsto
tanto desde el punto de vista técnico que espiritual, más o menos como lo
hacemos ahora, cincuenta años más tarde. Cristo nos daba una gran lección:
continuaba efectivamente interesando a los jóvenes y tenía una palabra que
decir a nuestros contemporáneos.
El Domingo por la tarde tuvo lugar
la clausura a la cual no había invitados. Sin embargo, vinieron a reunirse con
nosotros Don Sebastián para dar el rollo final y un seglar, Juan Mir. Fue una
clausura vibrante, llena de testimonios fuertes, durante la cual Eduardo
dió lectura a una carta del obispo, Mons. Hervás. Recuerdo también que Eduardo
(4)comentó esta
frase del Evangelio: «Mayores cosas vereis.» Palabras proféticas que se
cumplieron al pié de la letra, pues nunca podremos evaluar, calcular ni aún
imaginar todo lo que el Movimiento de los Cursillos realizó en el mundo entero.
Sólo Dios lo puede hacer. Por ello no hay sino un solo sentimiento posible y
justo que debe surgir de nuestros corazones, y es de decir todos: ¡GRACIAS,
SEÑOR!» (Traducido de «Cursillos
in Italia», # 102, 1992, pág. 19-20)
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