Homilía de Monseñor Fernando Chomali al asumir como Arzobispo de Santiago:
Un gran saludo a todos.
Estoy muy emocionado.
Quisiera contarles que cuando el 10 de octubre me llamó el señor Nuncio para decirme que el Santo Padre me había nombrado arzobispo de Santiago. Comencé a preparar la prédica para hoy. Y la verdad es que todas las encontré acartonadas. Y dije: voy a improvisar; lo que sale de mi corazón.
Hace 40 años atrás, en esta época, en diciembre, siendo yo un joven de 26 años de edad, postulaba al Seminario Pontificio Mayor de Santiago. Y me llama por teléfono, de hecho, hicimos recuerdo de eso hace algunos días, para decirme que estaba todo bien, pero había un problema serio, difícil de resolver: que yo era muy tartamudo, muy tartamudo. Yo no podía ni hablar de tartamudo. Y mi familia se recuerda. Mis compañeros de curso que están aquí me dijeron: ¿vas a preguntarle al obispo auxiliar? Y me llaman a la semana siguiente para decirme que le habían preguntado a Monseñor Valech y que dijo “que entre nomás y ahí vemos”. Se me acabó la tartamudez a la semana.
Entonces, yo ya empiezo dando dos recomendaciones. La primera, si tienen un hijo tartamudo con alguna discapacidad, puede perfectamente bien ser arzobispo de Santiago. Y la segunda, hágale las consultas a los obispos auxiliares. Nunca el arzobispo.
Quiero agradecer estos días que han sido maravillosos. Agradecer a la Arquidiócesis de Concepción que me despidió de una manera extraordinaria. Han venido acá… están acá, muchos han venido. Les agradezco su esfuerzo, su cariño y los 12 años que trabajamos juntos.
Me emocioné el día de la misa de despedida el 9 de noviembre ver a tantos sindicatos presentes. Me emocioné de ver a tantos trabajadores, a tantos empresarios. A tantas personas diversas. Y yo dije: este es el Chile que queremos construir. Había personas del gobierno, y de oposición. Todos unidos frente a algo que reconocen como un bien. Que es la dimensión espiritual del ser humano. Y a la Iglesia Católica que tan hermoso servicio presta en Chile y en la Arquidiócesis de Concepción, por cierto, y también acá. Agradezco también a la Arquidiócesis de Santiago. Porque me han recibido muy bien. Estoy agradecido. De todos los mensajes. De tantas cosas.
Y la pregunta que me he hecho estos días. ¿Por qué acepté ser arzobispo de Santiago? Que es un ministerio muy complejo. Y es una sola la razón. Por obediencia al Santo Padre. Me demoré exactamente un segundo en decirle que sí al nuncio. Al Santo Padre, lo reconozco como el sucesor de Pedro, lo reconozco como el Vicario de Cristo, y él tiene la potestad de nombrar. Me ha nombrado, me conoce, conoce mis debilidades, conoce mis tristezas. Pero él así lo ha querido.
En segundo lugar, porque me hace mucho sentido una palabra del papa Benedicto, recientemente fallecido. Hemos sido creados para la grandeza y no para la comodidad. Y me resultaba más fácil decir que no. En Concepción ya nos conocíamos. Nos queríamos. Pero creo que no corresponde eso. Todos estamos llamados a la grandeza y espero contribuir poniendo los dones, los talentos, todo lo que el Señor me ha regalado al servicio de ustedes. Y también mis tristezas y mis debilidades.
De hecho, ayer estaba pensando todas estas cosas y decía ¿cuál es la frase que hoy más me representa en lo más íntimo de mi ser? Y me acordé del publicano. Señor, ten piedad de mí, que soy un pobre pecador. El Señor nos mira. Nos quiere, nos cuida y nos hace mucha misericordia.
En estos días me han pasado muchas cosas. He recibido consejos. Muchos consejos. Miles de consejos. Lo guardo en mi corazón y los anoté todos porque gracias a Dios todos saben lo que tiene que hacer el arzobispo Santiago. Por lo tanto, tengo resuelto mi ministerio, menos yo, porque estoy perplejo frente a una diócesis maravillosa y evidentemente con una larga historia que yo asumo y la hago mía.
Me preocupan de todos los consejos, usando palabras del Santo Padre Francisco, que hay los “habría que”. Les pido a ellos que me escriban de nuevo y me digan “lo voy a hacer”. Pienso que eso soluciona mucho los problemas.
Y en segundo lugar, agradecer.
O otro tipo de consejo son los de los “balconistas” usando palabras del Papa Francisco. Se suben al balcón y empiezan a mirar. Empiezan a criticar al Papa, al obispo, a los sacerdotes. Critican, critican y critican. Y la verdad que esa no es la actitud. Cada uno puede hacer un aporte. Todos construimos la iglesia, que es un jardín maravilloso, que tiene muchos árboles, muchas flores, muchos arbustos, mucho pasto. Algunos están secos. Es verdad. Tendremos que regarlos más, pero otros están vivos, activos y son maravillosos.
El Estado de Chile sabe que si la Iglesia Católica dejara sus obras, y lo hacemos con cariño porque es nuestra vocación, no sabrían qué hacer con los adultos mayores, con las personas con discapacidad, con los niños que vienen del Sename. En Concepción atendíamos 1600. Por lo tanto, no balconeeos usando las palabras del Papa Francisco. Tampoco seamos generales derrotados, como dice el Papa, sino que soldados en la batalla. En la batalla de la evangelización.
Y muchos buenos consejos. Que no se me vaya el humo a la cabeza. Eso no va a pasar. Mi abuelo andaba con un canasto vendiendo peinetas por los campos de Chile. Esa es mi historia. Y esa yo la amo. Porque yo nací en ese ambiente. Siempre escuché eso.
Me dijeron que fuera generoso. Es lo que todo Chile necesita, ser más generoso, descentrarse y mirar más allá de uno mismo.
Y tantos otros que los agradezco de corazón. Los anoté todos y los repetiré una y otra vez. También, como dije, me hicieron muchas despedidas. Que las agradezco de corazón. Fueron sinceras. No fueron protocolares. Y recibí muchos regalos. Y hay uno. Que me fascinó. Recibí una almohada pequeña en un sobre con una carta de tres señoras. Me decían Monseñor: le regalamos esta almohada para que no le duelan las rodillas cuando usted rece. Porque lo que más necesitamos hoy día es oración”. Una almohadilla hecha a mano, con cariño. Y cuánta razón tiene.
Qué daño le ha hecho a la sociedad y qué daño le ha hecho a la Iglesia la mundanidad espiritual, como dice Francisco. Creo que tenemos que superar la superficialidad para afrontar los problemas. Creo que tenemos que entrar en el misterio de Dios, el misterio cristiano para comprender al hombre.
Jesucristo le revela al hombre, al propio hombre y le hace descubrir la sublimidad de su vocación. Cuánta falta nos hace falta la sabiduría, la prudencia, la ciencia, la inteligencia, estos dones del Espíritu Santo que encontramos en la oración. Por eso yo invito a los católicos en primer lugar, que nos tomemos muy en serio. Cuando el Señor dice “Sin mí no podéis hacer nada”. Sin mí no podéis hacer nada. Soy un convencido. Que quien no reza no tiene nada que decirle al mundo. Y pretendo junto al presbiterio ejercer un ministerio relevante, significativo. Y lo será únicamente si está enraizado en la oración. O somos una comunidad orante o desapareceremos como iglesia. Seremos una ONG que haremos cosas buenas. Seremos proveedores de servicios religiosos, pero no seremos una iglesia orante, el cuerpo de Cristo.
Por eso yo los invito, sinceramente. A que nos saquemos esa mentalidad que tienen muchos católicos, según lo que el mismo Papa ha dicho de ver un supermercado de sacramentos y entremos en el misterio de Dios. El misterio de Dios que nos ama, que nos cuida. El misterio de Dios que nos dice quiénes somos. El misterio de Dios que nos dice qué tenemos que hacer. Y el misterio de Dios que nos dice cuál es el sentido de la vida.
De hecho, todos los que estamos aquí, mis hermanos, cardenales, obispos, mis hermanos sacerdotes. Diáconos religiosas el día que nos ordenamos hicimos una promesa de rezar. Y la fuente de muchas crisis sacerdotales, matrimoniales, personales tienen que ver con una ausencia de un vínculo profundo y real con Dios.
En segundo lugar, la oración nos lleva a la evangelización. San Pablo, que tuvo un encuentro con Dios, dijo Ay de mí, ¡si no evangelizada! Y por eso estoy cierto convencido que el mejor servicio que le podemos hacer a la Iglesia es anunciar a Jesucristo. El mejor servicio que le podemos hacer a la sociedad es anunciar a Jesucristo. Él es luz que ilumina nuestro caminar. Que en estos tiempos difíciles que vive el mundo y que vive Chile, es el tiempo de anunciar la luz. Es el camino, es la vida. Es la salvación. Es el sentido de la vida. Es la fuente de fraternidad, porque nos reconocemos como hijos de un mismo Padre. Es la fuente de una vida plenamente vivida y plenamente lograda. Por eso me dedicaré a tiempo y a destiempo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado que dio la vida por cada uno de nosotros y que nos permite decir Me amó y se entregó por mí. Todo lo demás es secundario.
Y nos ha dicho santa Teresa de que tenemos que volver a lo esencial y a lo necesario, y lo esencial es el Evangelio de Jesucristo nuestra Señor. Eres la respuesta adecuada a una auténtica alegría. La respuesta de alegría a una auténtica felicidad. Es la plenitud que buscamos tantas veces y de manera tan desesperada. Es la respuesta a la gran, al gran enigma de la condición humana. Él venció la muerte y nos ofreció vida nueva. Esa es nuestra tarea. No es otra.
Y por último, las obras sociales. Gozar de simpatía en todo el pueblo. No gozaremos de simpatía en todo el pueblo dando órdenes. Gozaremos de simpatía en todo el pueblo cuando vean las obras maravillosas que nosotros realizamos con los laicos. En Concepción y aquí pasó lo mismo. No hubo parroquia que durante la pandemia no tuviese un plato de comida, el que estaba sin trabajo. Eso es lo nuestro. No hubo una persona postrada que no recibiera una visita y un plato de comida caliente. Eso es lo nuestro. Pero eso surgirá cuando sea fruto de la oración y de la evangelización.
Muchos lamentablemente han visto este nombramiento como un nombramiento con tinte político. No. La Iglesia no se mete en política. No es lo suyo. No tenemos soluciones técnicas a los problemas. Me han preguntado, por ejemplo, ¿qué opino yo acerca del litio? Yo del litio no sé nada. Pregúntenles a los ingenieros de Minas de la Universidad Católica de la Universidad de Tarapacá, de la Universidad de Chile. A ellos pregúntenle. Pero sí permítanme decirles que la doctrina de la Iglesia dice que hay un destino universal de los bienes. Eso sí puedo decir y lo diré. Que la propiedad privada es un modo adecuado de administración. El derecho a la propiedad privada. Pero también diremos que grava sobre la propiedad privada una hipoteca social que fue lo que se vivió, por ejemplo, en la pandemia.
No me pregunten sobre el plebiscito de mañana. No tenemos derecho a decir. ¿Por qué opción tomar? No nos corresponde. Pero si nos corresponde preguntarnos. ¿Cuál es el mejor camino para el futuro de Chile? ¿Cuáles son aquellos valores que trascienden? De tal manera de que las personas puedan vivir en paz, puedan tener una educación de calidad y que los padres puedan elegir donde educar a sus hijos. La libertad religiosa. La libertad para emprender la seguridad de acuerdo con un Estado de derecho y el respeto a la vida, siempre bajo todas las condiciones. No nos pregunten a nosotros el modelo a seguir en las pensiones. Cada país tiene uno distinto. Pero no podemos seguir. Esperando y alzaremos la voz. Que haya ancianos cuya vida dependa del vuelto que se deja en los supermercados.
En Concepción, es lo que conozco y ahora conoceré acá, tenemos muchos hogares de ancianos. Una mujer me dijo. Entré a un colegio a trabajar joven. Llena de entusiasmo. Feliz de la vida. Hoy día estoy sola, pobre, enferma y abandonada. Eso no se lo merece Chile. Y tenemos que trabajar especialmente para que todo anciano tenga una vida digna. Esas cosas son las nuestras porque conocemos la realidad. La conocemos muy, muy de cerca.
Tenemos que superar la sociedad en la cual estamos. Una cultura lamentablemente más corrupta de lo que cada uno de nosotros pensábamos y más cleptocracia de lo que cada uno de nosotros pensábamos. Que triste para esos millones y millones de chilenos que se toman la micro a las seis de la mañana para ir a trabajar. Y llegan a sus casas agotados a hacer las tareas con sus hijos. Y que son cuidadosos en pagar la luz. La cuenta.
Tenemos que superar eso. Lo tenemos que superar ahora, porque mañana ya va a ser tarde. Nosotros promovemos. Una ética personal como fuente de cambio. Promovemos la justicia social como fuente de prosperidad y la paz social como resultado de una sociedad justa, donde nadie quede fuera de la mesa.
Promovemos el bien común, pero no como la suma de cada bien individual, sino que con el convencimiento que compartimos una común humanidad y nos debemos respeto. Antes de ser católico o judío. Antes de ser israelí o palestino. Antes de ser ruso o ucraniano somos seres humanos y frente a un ser humano nos debemos arrodillar porque ahí está la impronta de Dios. Creados a su imagen y semejanza.
Por eso yo quiero compartir.
Con esto termino. Tengo algunos sueños. El primer sueño es que cada católico rece antes de acostarse y al levantarse, al salir de la casa y al volver, rece por tener un plato de comida en la mesa. Sueño con un trato respetuoso entre nosotros, sin violencia verbal al que estamos ya casi acostumbrándonos. Como el que tuvo Jesús con la samaritana. Como el que tuvo Jesús con la mujer adúltera.
Sueño a que cada católico y toda persona de buena voluntad esté involucrado en una obra de caridad. Pero no se trata de superar el hambre en África, porque eso no cuesta nada. Ciertamente tenemos que superar el hambre en África. Se trata del vecino que se quedó sin trabajo. Se trata del joven que tiene problemas para matemáticas. Es una obra concreta, una llamada telefónica a la abuelita que nunca llamamos y que está sola. Nadie es tan pobre ni nadie está tan ocupado que no pueda hacer algo por alguien. Esa es la savia. Ese es el ethos que tenemos que promover en nuestra Iglesia y en la sociedad. Todos podemos. Y eso cambiaría el mundo. Porque eso implica sacar el corazón de piedra y poner el corazón de carne.
¿Qué figura del Evangelio me ha estado acompañando estos días más allá del publicano? María en las bodas de Caná. María visitando a su prima. Ella ve una necesidad. La ve y ella actúa. Es fuente de alegría. Y con sencillez y corazón.
Me comprometo a rezar por ustedes. Es mi primera obligación. Por los creyentes y los no creyentes. Por todos. Para que el Señor nos ayude. Para que a todos nos vaya bien. Para que tengamos pan en la mesa y para que tengamos prosperidad. Y queremos colaborar en esa tarea. Lo queremos hacer con sencillez de corazón, pero también con convicción. Porque sabemos que, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.
Al Señor le damos honor y gloria por los siglos de los siglos.