sábado, 1 de agosto de 2015

-Mi adhesión a la revoluciòn




Mi adhesión a la revolución
   Ing. José Toro García
En esta época de revoluciones y de revolucionarios yo también quiero hablar de mi adhesión a la mayor revolución de todas: no es aquella que se fundamenta en la que arrebató vidas de sacerdotes y de laicos y que confiscó bienes y profanó templos y objetos de culto. Me refiero a la revolución del amor, a la revolución de la fe de la que nos han hablado varios pontífices. Es la que se basa en la donación total “hasta que duela” como lo expresó Teresa de Calcuta. Una revolución en la que “el amor por el enemigo constituye el núcleo; una revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático”. Es  la que tiene como centro la fe que nos lleva, como a Saqueo, a cambiar radicalmente  la vida desordenada, y a devolver hasta cuatro veces lo mal habido, sin decirlo a los cuatro vientos que ya pagamos, ni expresar jactanciosamente que ahora somos buenos.
Se trata de sentirse nada, basura por nuestros pecados pero por la gracia reconocer que el Señor hasta del estiércol hace un buen abono que incide en la cosecha espiritual. Es la “fe que lleva a cabo en nuestra vida, una revolución que podríamos llamar copernicana, porque nos quita del centro y pone en él a Dios; la fe nos inunda de Su amor que nos da seguridad, fuerza, esperanza". “La revolución del amor, un amor que no se basa en definitiva en los recursos humanos, sino don de Dios que se consigue confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa”, dijo el papa Francisco, quien “cuando habla de procesos de cambio, de fe revolucionaria, se refiere a una revolución fundada en el amor. No hay un vocabulario de lucha o violencia, es un vocabulario de amor y compasión”.
No podemos ser cristianos de fin de semana para luego engañar en nuestro trabajo, defraudar a nuestros amigos o utilizarlos como testaferros de bienes o dinero mal habidos. Ser cristiano cada minuto es el desafío que nos lanza Jesús, ya que el hombre sin Dios vive en la angustia que se manifiesta en ideologías fracasadas. Es tener un encuentro personal con Jesucristo, actuar como Él lo haría ante una sana alegría, una propuesta inmoral o cualquier tentación que se nos presente; es “morir” a todo lo que no encaja con su evangelio: el egoísmo, los intereses materialistas,  las actitudes de incomprensión con los demás, la injusticia, la prepotencia, los resentimientos, o el asesinato de los niños por nacer.
Cristo es quien nos invita a trabajar por una cultura del encuentro que nos ayude a la fraternidad como la gran familia suya que somos. Él nos propone cultivar los valores supremos de tolerancia, perdón, misericordia, reconciliación, solidaridad, unidad, etc. para obtener los frutos de la paz como consecuencia de la correcta aplicación de la justicia, y vivir como personas de esperanza, de alegría y de optimismo llenos de la confianza en Dios. La Revolución de Cristo es santificarnos en la política, en la cocina, en la finca, en el taller, en el periodismo, en la cátedra o en cualquier ubicación que tengamos en la sociedad.









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