Mi adhesión a la revolución
Ing. José Toro García
En esta época de
revoluciones y de revolucionarios yo también quiero hablar de mi adhesión a la
mayor revolución de todas: no es aquella que se fundamenta en la que arrebató
vidas de sacerdotes y de laicos y que confiscó bienes y profanó templos y
objetos de culto. Me refiero a la revolución del amor, a la revolución de la fe
de la que nos han hablado varios pontífices. Es la que se basa en la donación
total “hasta que duela” como lo expresó Teresa de Calcuta.
Una revolución en la que “el amor por el enemigo constituye el núcleo;
una revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o
mediático”. Es
la que tiene como centro la fe que nos lleva, como a Saqueo, a cambiar
radicalmente la vida desordenada, y a devolver
hasta cuatro veces lo mal habido, sin decirlo a los cuatro vientos que ya
pagamos, ni expresar jactanciosamente que ahora somos buenos.
Se trata de sentirse nada, basura por nuestros pecados pero
por la gracia reconocer que el Señor hasta del estiércol hace un buen abono que
incide en la cosecha espiritual. Es la “fe que lleva a cabo en nuestra vida,
una revolución que podríamos llamar copernicana, porque nos quita del centro y
pone en él a Dios; la fe nos inunda de Su amor que nos da seguridad, fuerza,
esperanza". “La revolución del amor, un amor que no se basa en
definitiva en los recursos humanos, sino don de Dios que se consigue confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa”,
dijo el papa Francisco, quien “cuando habla de procesos de cambio, de fe
revolucionaria, se refiere a una revolución fundada en el amor. No hay un
vocabulario de lucha o violencia, es un vocabulario de amor y compasión”.
No podemos ser cristianos de
fin de semana para luego engañar en nuestro trabajo, defraudar a nuestros amigos
o utilizarlos como testaferros de bienes o dinero mal habidos. Ser cristiano cada
minuto es el desafío que nos lanza Jesús, ya que el hombre sin Dios vive en la
angustia que se manifiesta en ideologías fracasadas. Es tener un encuentro personal con Jesucristo, actuar como Él lo haría
ante una sana alegría, una propuesta inmoral o cualquier tentación que se nos
presente; es “morir” a todo lo que no
encaja con su evangelio: el egoísmo, los intereses materialistas, las
actitudes de incomprensión con los demás, la injusticia, la prepotencia, los
resentimientos, o el asesinato de los niños por nacer.
Cristo es quien nos
invita a trabajar por una cultura del encuentro que nos ayude a la fraternidad
como la gran familia suya que somos. Él nos propone cultivar los valores
supremos de tolerancia, perdón, misericordia, reconciliación, solidaridad, unidad,
etc. para obtener los frutos de la paz como consecuencia de la correcta
aplicación de la justicia, y vivir como personas de esperanza, de alegría y de
optimismo llenos de la confianza en Dios. La Revolución de Cristo es
santificarnos en la política, en la cocina, en la finca, en el taller, en el
periodismo, en la cátedra o en cualquier ubicación que tengamos en la sociedad.
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