Me
pusiste en el mundo, Señor,
y
sin saber cómo ni cuando
sólo
sé que saliste a mi encuentro.
Me
preguntaste ¿qué haces?
Te
conteste: perdiendo el tiempo
Te
acercaste y me propusiste ¿quieres hacer algo?
Te
contesté de nuevo: ¿Para qué, Señor?
Insististe,
Señor, ¿Te arriesgas por alguien?
Y,
una, y otra vez,
mirándome
a mí mismo, me dije:
¡Por
qué! ¡Que lo hagan otros!
Y,
ahora Señor, cuando miro a tu cruz
comprendo
el valor de tu amor:
talento
de sangre derramado por un madero
Y,
ahora Señor, cuando miro tu rostro
lloro
por las veces
que
me cuesta dar la cara por tu Reino.
Por
las horas en que vivo encerrado
en
mis propios sueños
sin
darme cuenta, que con otros,
sería
más feliz y estaría más despierto.
Sí,
Señor, ¡Dame tu talento!
Tu
actitud de escucha, para comprender
Tu
don de Palabra, para convencer
Tu
caridad, para saber amar
Tu
corazón, para poder perdonar.
Sí,
Señor, ¡temo tanto el último día!
Sí,
Señor ¡temo tanto que llegues
y
me encuentres vacío y acomodado!
Sí,
Señor ¡temo tanto que me pidas cuentas
y
me encuentres en números rojos!
Quiero
tus talentos, Señor;
Saber
estar en el mundo
como
si no lo estuviera
Comprender
a mis hermanos
aunque
ellos no me entiendan
Trabajar
por los que me rodean
sin
miedo al qué dirán o a la recompensa
Sólo
sé, Señor, que me has creado
y
porque soy obra de tus manos
no
puedo quedarme de brazos cruzados.
Amén.
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