En estos largos meses de dudas, miedos, sustos me he sentido complicado. De verdad revisé la historia de esta extraña temporada y descubrí que siempre pensamos que nos hundimos en la barca en el mar convulsionado de este año 2020. ¿Acaso no tenemos fé? Si hasta nos dimos cuenta que somos vulnerables. Vamos haciendo planes con agendas repletas que no nos quedaba tiempo. Es más una amiga decía convencida que había perdido la confianza en esta humanidad. Pero también nos damos cuenta que más gente recurre a la oración. Es confianza, es esperanza. También escuché: no tengo miedo por mí, sino por mis padres y por mis hijos, no se que haría si los contagiara sin querer. Allí recordé las imágines que me quedaron grabadas: El Papa caminando en la plaza vacía del Vaticano con restos de lluvia, solo, increíble. Muertos en nuestro países hermanos en la calle, otro que no los pueden recibir en el cementerio que se repletó, que se reemplazan cajones por cajas de cartón.que hay veintitantas vacunas pero faltan procesos aún. Que seguimos con la Eucaristía por los sistemas de RRSS, que tenemos hambre del Señor, su cuerpo y su sangre nos alimenta y fortalece. Apenas hacer la comunión en el espíritu. Que recordamos a tanta gente de iglesia entregando sus carismas al servicio de los demás en tantas instancias y momentos que se necesitan. Que no tenemos cursillos y todo lo compartimos a la distancia, sin vernos y abrazarnos, sin rezar el Padre Nuestro abrazados. No puedo perder la esperanza, sigo con mi oración predilecta del rosario diario y permanente. Agradezco la oportunidad de contactarnos, de comunicarnos y reconfortarnos a la distancia, seguimos este camino que sabemos estará con dificultades pero también con todos los colores. Gracias por estar allí.
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