sábado, 23 de septiembre de 2017

-Problemas en el camino que nunca faltan en el peregrinar





Subida al Calvario

45.      En 1955, seis años
después del Cursillo de San Honorato, Mons. Hervás fue trasladado de diócesis, sin motivo aparente: se le mudó para la sede de Ciudad Real, en el centro de España. ¿Qué había pasado? Hemos visto más arriba (# 34) que el Movimiento sentía a veces turbulencias... Esta fue la más grave que tuvo que afrentar. He aquí como empezó todo. Entre los que criticaban al MCC, uno de los más virulentos era el superior del seminario de Palma. Mons. Hervás, siendo obispo de Palma y no viendo como hacer callar al rector, lo destituyó de su cargo. Ahora bien, el rector pertenecía a una familia muy rica de España, y juró a Mons. Hervás de hacerle perder su puesto. Lo alcanzó, pues, poco tiempo después, Mons. Hervás era exilado a Ciudad Real. Se nombró en Palma a un nuevo obispo, Mgr Enciso, amigo del rector, por supuesto. Su primer gesto fue publicar, el 25 de Agosto de 1956, una carta pastoral para poner en guardia a sus diocesanos contra el Movimiento de Cursillos. Lo ponía nada menos que fuera de ley, prohibiendo todo tipo de reuniones. Empezaron entonces años de silencio y de sufrimiento.
46.      Eduardo Bonnín, la muerte en el alma, visitó al obispo y respectuosamente, le hizo la pregunta siguiente: «Si un obispo afirma que en tal fecha he ido a tal país, y que es falso, ¿será de mi deber como católico decir que esa es la  verdad?» Por supuesto, el obispo tuvo que confesar que no. Entonces, Eduardo siguió: «Monseñor, todo lo que escribió sobre  los Cursillos no es verdad». Y el obispo le contestó, como un cierto Pilato: «Mantengo lo que he escrito». Y lo despidió.
47.      La primera víctima del interdicto de Mons. Enciso fue el director del Colegio La Salle, el Hno Miguel. Creyó que su deber era escribir una carta al obispo para darle a conocer los extraordinarios frutos de los Cursillos en su Colegio. La respuesta fue fulminante: expulsión de la diócesis. Miguel era un hombre de símbolos; «siempre recordaré, escribe Forteza (pág. 140), que después de leernos el pasaje evangélico en que Cristo indica a sus discípulos que cuando os echen de alguna ciudad, sacudid el polvo de vuestras sandalias y seguid camino, nos invitó al grupo a acompañarle hasta la catedral. Y allí,  muy junto al palacio episcopal, se quitó los zapatos y los sacudió con fuerza contra la piedra vieja de varios siglos, mientras tras sus gafas su emoción se hacía demasiado visible. Salió de noche, en barco, y nos prohibió cualquier despedida sonora. Le cantamos muy bajito el De Colores a pie de escalerilla».
48.      La segunda víctima fue Don Francisco Suárez, sacerdote diocesano de Mallorca que se había exilado a Ciudad Real con Mons. Hervás, pero que regresaba a tomar vacaciones en la isla. En su primera homilía, se atrevió afirmar — lo que era verdad — que la carta pastoral de Mons. Enciso no tenía ninguna jurisdicción fuera de la diócesis... El Obispo reaccionó inmediatamente suspendiendo a Don Francisco Suárez a divinis, es decir que no podía ejercer más el ministerio en Palma, ni siquiera decir misa. Don Suárez, experto canonista, supo eludir la interdicción yendo a celebrar en el cuartel militar, que no estaba sujeto a la autoridad del obispo.
49.      La carta pastoral había provocado una serie de salidas de sacerdotes, entre los cuales Don Sebastián Gayá y Don Juan Capó, que siguieron a Mons. Hervás sobre el continente, y otros que se fueron hasta América Latina, especialmente al Perú. Esta diáspora, finalmente, aceleró grandemente, gracias a Dios, la expansión territorial de los Cursillos. Pero es fácil imaginar el desamparo de los seglares viendo salir de la isla a tantos sacerdotes cursillistas. En seguida, los fieles se reunieron alrededor de Eduardo y elaboraron una estrategia. Tenemos que recordar que España estaba bajo el régimen del dictador Franco y que, por consiguiente, no podía haber ninguna reunión pública si no era autorizada por la misma Iglesia. Habiendo suspendido el MCC Mons. Enciso, no podía haber ni Ultreya, ni Escuela, ni reuniones de secretariado, ni siquiera Cursillos; pues la ley prohibía toda reunión de más de 6 personas, aún en casas...
50.      Pero Eduardo se dió cuenta inmediatamente que esta cifra de «6» era una bendición porque dejaba la posibilidad de reuniones de grupo. Entonces, ideó una estrategia para realizar una Ultreya... sin reunión. He aquí como lo hizo. La Plaza Mayor de Palma está formada de un rectángulo cubierto donde existe una considerable concentración de bares y cafeterías. Si cada reunión de grupo (de 6 personas) acudía a la Plaza a la misma hora y ocupaba una de las mesas, no hacía falta sino comenzar un movimiento entre las mesas para comunicar de grupo a grupo. «Resultaba todo un espectáculo, nos cuenta Forteza (pág. 146), ver la precisión con la que de una mesa se levantaban dos de las seis personas, que acudían a saludar a los componentes de otra mesa de otro bar, de la que automáticamente dos salían de nuevo hacia un tercer grupo, y así hasta cerrar el círculo. Al mismo tiempo algunos paseaban bajo los pórticos, de dos en dos, cuando alguien necesitaba una mayor atención. Cerca teníamos siempre localizado a algún reverendo por si surgía alguna petición de confesión o consulta. El éxito de esta Ultreya «silvestre», como alguien dio en llamarla, fue trascendental para mantener la cohesión del conjunto y la ilusión colectiva. El número de asistentes creció en poco tiempo hasta un nivel en que ya nos era difícil encontrar mesas disponibles, con gran satisfacción de sus dueños, aunque los camareros poco menos que alucinaran ante el problema de saber que clientes correspondían a cada mesa».
51.      «Como la caridad es ingeniosa, según frase de San Pablo, se nos ocurrió diseñar, prosigue Forteza, el Cursillo de a uno, obra de artesanía evidentemente útil en tiempos de  crisis. Se iniciaba cada uno de los tres días con una misa muy temprana, normalmente en la iglesia de los capuchinos, a la que asistían según lo previsto el candidato y el equipo de dirigentes en pleno. Tras un desayuno en común en un bar próximo, el encargado del primer rollo quedaba a solas con el candidato; tras la charla, necesariamente dialogada, acudían al domicilio o al lugar de trabajo del dirigente a quien correspondía el siguiente rollo. Las comidas se hacían en pequeño grupo, procurando transmitir en ellas toda la alegría y animación del ambiente que el clima colectivo de un Cursillo expresa tan fácilmente. La colaboración del P. Francesco de Barcelona en estos Cursillos individuales fue muy destacada. El equivalente a la clausura era la incorporación del nuevo cursillista a la Ultreya de la Plaza Mayor, en un clima a la vez catacumbal y distendido» (pág. 148).
La interdicción de Mons. Enciso duró seis años: de 1956 hasta 1962. Enfermo, lo transportaron a una clínica de Madrid, y, un día, llamó a Don Sebastián Gayá a su cabecera. Este me contó que el encuentro fue sincero y más bien cordial, a pesar de la desconfianza que tenía después de lo que había pasado. El obispo se apresuró de explicitar las razones por la cuales se sintió obligado a intervenir en Cursillos y como, más tarde, mejor informado, quería volver a dar, personalmente, toda su confianza. Pues, confesaba que lo había tratado de manera injusta. Mons. Enciso murió en 1965, sin haber podido regresar a la sede de Palma.
52.      La carta pastoral de este obispo (supra # 45) no sólo tuvo consecuencias nefastas. Pues, el primero en reaccionar fue Mons. Hervás quien se apresuró, con ayuda de colaboradores, a redactar un documento nutrido que iba a contestar punto por punto a la carta de Mons. Enciso. Sin embargo, creyó prudente hablar del asunto con el Nuncio apostólico. Felizmente, porque éste, temiendo la controversia, no le dió permiso de publicar su trabajo en forma de libro. Mons. Hervás tomó entonces la decisión de hacerlo bajo la forma de una simple carta pastoral para su diócesis. Se titulaba: «Los Cursillos, instrumento de renovación cristiana» (1957). Tal vez sea la más larga carta pastoral jamás publicada por un obispo: cerca de 500 páginas! Comprendía los capítulos siguientes:
1) Génesis, esencia y estructura de los Cursillos
2) Lo viejo y lo nuevo en la Iglesia
3) La doctrina del Movimiento
4) Los medios y la técnica del MCC
5) Los sacerdotes y los seglares en el MCC
Conclusión: Normas pastorales.
Esta carta fue considerada con razón como la obra más completa que se haya publicado hasta entonces sobre el Movimiento. Es un texto fundador que ningún cursillista debería ignorar. (7)
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(7) En anexo, encontrarán un extracto de esta carta de Mons. Juan Hervás.

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