CUANDO DIOS ESTORBA: Por Javier Leoz
Cuando todavía estamos sobrecogidos por los tristes acontecimientos terroristas acontecidos en Francia, nos disponemos a iniciar un tiempo de esperanza, de conversión y de silencio como es el Adviento. Pero, antes, como punto y final, como resumen de todo lo que hemos vivido como cristianos durante todo el año, sale a nuestro encuentro la Solemnidad de Cristo Rey.
Durante todos los domingos, y también en los días ordinarios, nos hemos sentido acompañados por ese Jesús que –lejos de estorbar a nuestro existir- se ha convertido en cómplice de muchas de nuestras situaciones. Con el enfermo de Jericó hemos pedido luz; con el paralítico hemos solicitado del Señor dinamismo en nuestra fe; con María Magdalena hemos comprobado que, nuestros pecados, valen poco o nada cuando tienen de frente la Gracia.
¿Estorba Dios? ¡No! Pero, a algunos, por lo visto sí. Jesucristo, Rey del Universo, es una llamada a la fraternidad y a la generosidad. Él se hizo Hermano Mayor y, en consecuencia, también nosotros hemos descubierto que más allá de nuestras diferencias legítimas somos hermanos (aunque a veces lo seamos en tono menor).
¿Estorba Dios? ¡No! Pero, a algunos, les hace herida el hecho de que –una gran parte de la humanidad- pongamos los ojos más allá de aquellos que pretender regir a su antojo, en contra de muchos y descartando a otros tantos (en lenguaje propio del Papa). Y es que, Jesucristo Rey, es colocar en el centro de nuestra historia personal y colectiva aquello que la Iglesia nos recuerda: el Creador nos hizo y el Creador nos espera.
En esta Solemnidad vemos un Reino esparcido y repartido por los campos. Es un Reino que, con el Rey que lo rige, nos enseña un trono que sin palabras lo dice todo:la cruz. Un Rey que, sin palabras, lo hace todo con su presencia, su mirada y su testimonio. Cristo Rey, entre otras cosas, nos invita a dar la vuelta un poco al día a día de nuestra existencia. No podemos decir “Tú eres Rey” si, a continuación, nosotros no le rendimos nuestras capacidades, no le ofrecemos nuestras habilidades o le negamos nuestra voz en esas situaciones que reclaman nuestro testimonio y nuestro respaldo.
Uno de los déficit de nuestra Iglesia, mejor dicho del catolicismo en general, es la ausencia del mundo laico en aquellas esferas donde se cuecen los destinos del mundo o, incluso, donde hay que plantar cara a un laicismo galopante que, lejos de entender la religión como un elemento integrador y un valor determinante de nuestra sociedad, pretende relegarlo a un ámbito privado. ¿Por qué, normalmente, han de ser obispos o algunos sacerdotes los que presenten la primera mejilla y luego la segunda también, a la hora de hacer valer nuestras creencias religiosas? ¿Por qué siempre hemos de ser los consagrados los que levantemos la voz, en nombre de Dios y de nuestras convicciones religiosas, cuando son ridiculizadas? Ejemplos como las comuniones o confirmaciones civiles en un pueblo de Málaga, la retirada de cruces en el cementerio de Valencia, la idea estrafalaria de un belén laico en Madrid (y serán muchas más) reclama, hoy más que nunca, una presencia del mundo intelectual laico para poner las cosas en su sitio, para clarificar conceptos y para distinguir lo propio del Reino de Dios de lo caprichoso y grotesco de los “pequeños reinos” de los que a veces viven como reyes sin serlo. ¿A costa de qué? A veces azuzando los sentimientos más nobles y cristianos de la ciudadanía.
Cuando todavía estamos sobrecogidos por los tristes acontecimientos terroristas acontecidos en Francia, nos disponemos a iniciar un tiempo de esperanza, de conversión y de silencio como es el Adviento. Pero, antes, como punto y final, como resumen de todo lo que hemos vivido como cristianos durante todo el año, sale a nuestro encuentro la Solemnidad de Cristo Rey.
Durante todos los domingos, y también en los días ordinarios, nos hemos sentido acompañados por ese Jesús que –lejos de estorbar a nuestro existir- se ha convertido en cómplice de muchas de nuestras situaciones. Con el enfermo de Jericó hemos pedido luz; con el paralítico hemos solicitado del Señor dinamismo en nuestra fe; con María Magdalena hemos comprobado que, nuestros pecados, valen poco o nada cuando tienen de frente la Gracia.
¿Estorba Dios? ¡No! Pero, a algunos, por lo visto sí. Jesucristo, Rey del Universo, es una llamada a la fraternidad y a la generosidad. Él se hizo Hermano Mayor y, en consecuencia, también nosotros hemos descubierto que más allá de nuestras diferencias legítimas somos hermanos (aunque a veces lo seamos en tono menor).
¿Estorba Dios? ¡No! Pero, a algunos, les hace herida el hecho de que –una gran parte de la humanidad- pongamos los ojos más allá de aquellos que pretender regir a su antojo, en contra de muchos y descartando a otros tantos (en lenguaje propio del Papa). Y es que, Jesucristo Rey, es colocar en el centro de nuestra historia personal y colectiva aquello que la Iglesia nos recuerda: el Creador nos hizo y el Creador nos espera.
En esta Solemnidad vemos un Reino esparcido y repartido por los campos. Es un Reino que, con el Rey que lo rige, nos enseña un trono que sin palabras lo dice todo:la cruz. Un Rey que, sin palabras, lo hace todo con su presencia, su mirada y su testimonio. Cristo Rey, entre otras cosas, nos invita a dar la vuelta un poco al día a día de nuestra existencia. No podemos decir “Tú eres Rey” si, a continuación, nosotros no le rendimos nuestras capacidades, no le ofrecemos nuestras habilidades o le negamos nuestra voz en esas situaciones que reclaman nuestro testimonio y nuestro respaldo.
Uno de los déficit de nuestra Iglesia, mejor dicho del catolicismo en general, es la ausencia del mundo laico en aquellas esferas donde se cuecen los destinos del mundo o, incluso, donde hay que plantar cara a un laicismo galopante que, lejos de entender la religión como un elemento integrador y un valor determinante de nuestra sociedad, pretende relegarlo a un ámbito privado. ¿Por qué, normalmente, han de ser obispos o algunos sacerdotes los que presenten la primera mejilla y luego la segunda también, a la hora de hacer valer nuestras creencias religiosas? ¿Por qué siempre hemos de ser los consagrados los que levantemos la voz, en nombre de Dios y de nuestras convicciones religiosas, cuando son ridiculizadas? Ejemplos como las comuniones o confirmaciones civiles en un pueblo de Málaga, la retirada de cruces en el cementerio de Valencia, la idea estrafalaria de un belén laico en Madrid (y serán muchas más) reclama, hoy más que nunca, una presencia del mundo intelectual laico para poner las cosas en su sitio, para clarificar conceptos y para distinguir lo propio del Reino de Dios de lo caprichoso y grotesco de los “pequeños reinos” de los que a veces viven como reyes sin serlo. ¿A costa de qué? A veces azuzando los sentimientos más nobles y cristianos de la ciudadanía.
Solemnidad de Cristo Rey. Una ocasión para colocarlo en el centro de nuestro vivir y una interpelación para pasar de un cristianismo en sordina a una fe mucho más en salida, guardia y retaguardia.
NO SOBRAS, SEÑOR Y REY
Pues aun naciendo en pesebre nos recuerdas que, de este mundo arropado por la riqueza será polilla, poco o nada en nuestro atardecer. Nos recuerdas como Rey, Señor, que siendo rico sólo te visitaron los pastores Que teniéndolo todo, cerraste los ojos al mundo desnudo abandonado y desprestigiado por todo hombre
Nos recuerdas que, teniendo altos tronos, quisiste uno de madera y en forma de cruz Y que, pudiendo tener un escuadrón velándote tan sólo un mal ladrón y un buen ladrón también te hicieron compañía en las horas de soledad amarga.
¡NO SOBRAS, SEÑOR Y REY!
Que, tus Palabras, en cada momento de nuestra vida son sabiduría, fuerza, valor y esperanza Que, tus miradas, cuando las nuestras ya no miran a nadie son pregunta sobre el hermano que, tal vez, dejamos caer.
¡NO SOBRAS, SEÑOR Y REY!
Sobran, posiblemente, muchos “señores” y también algunos “reyes”; señores que, sin serlo, infunden temor y miedo y reyes que, siéndolo, no saben acompañar a su pueblo
Tú, Señor, no sobras: ¡ERES REY!
Si te fallamos, revístenos con la coraza de tu Gracia
Si caemos, levántanos con el cetro de tu fuerza
Si dudamos, clarifícanos con la nitidez de tu Palabra
Si te traicionamos, haznos comprender el error de nuestros pecados
¡NO SOBRAS, SEÑOR Y REY!
Sobran en estos pequeños reinos, de peligrosos puentes elevadizos sobre el odio y la sangre la sinrazón y la tristeza, la violencia y la angustia, las horas amargas y los momentos de llanto Faltan, Señor, en este reino de castillos todo fachada la verdad y el amor, la justicia y el perdón, la vida y la gracia, la hermandad y la ternura
¡FALTA TU REINO, SEÑOR!
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