Manolo
fue un mártir de la guerra civil española del '36. Su vida fue lo
que podríamos llamar ordinaria: Un joven con una historia concreta,
estudiante, amante de la vida y sus. Quedó huérfano de madre muy
niño, y encontró en tres días la añadidura de tres madres, que lo
criaron con mucho cariño. Ya mayor, en 1932, se integra en el Centro
San Jerónimo de la Juventud de Acción Católica Española (JACE).
Comparte así su tiempo entre sus estudios y la Acción Católica.
En este grupo hace verdaderas amistades. Con ellas logra una profunda compenetración: Son jóvenes inquietos, como él; y comparten las inquietudes apostólicas y las ansias de santidad, como él. En su juventud, soñaba con la mujer que sería en el futuro su esposa; y, aún sin conocerla, la veneraba con gran amor y la colocaba en lugar preeminente.
En 1933 hace unos ejercicios espirituales de tres días que marcan su vida. Su vocación futura sería definitivamente el apostolado y la santidad. En estos tiempos ya la tensión en España era insoportable, y los aires de guerra eran tormentosos. Manolo vivió este tiempo profundamente.
En la primavera de 1934 viaja a Roma en peregrinación junto a otros 3000 jóvenes de Acción Católica. Conoce a fondo los lugares históricos romanos, ve al Papa en audiencia y queda entusiasmado con su figura. Pero el encuentro con la Roma de los mártires le revela su verdadera vocación: El martirio. Desde ese momento sus conversaciones, sus escritos, sus poesías, resumían las ansias de entregar definitivamente su vida a Cristo, a través del martirio.
Su vida de universitario es marcada con este hecho. En sus estudios de Arquitectura es el mejor alumno y el más responsable. Tiene como punto de honor y testimonio ser el primero del curso. Además, entiende que su apostolado, principalmente, lo debe ejercer entre sus compañeros.
Su frase preferida era “más, más”. Esto es repetido constantemente en sus escritos. Quería una unión cada vez más profunda y esencial con Cristo y su Cruz. Esto fue haciéndose norte de su vida.A principios del año 1936 se siente ya llamado concretamente, con nombre y apellido, al martirio. Su martirio propiamente comienza el 18 de julio de 1936. Se encuentra preso en su domicilio. El 22 de julio, al no resistir el arresto domiciliario, se encamina a su Parroquia.
Es detenido, confiesa valientemente su fe y es liberado luego de un registro a su casa, donde no encuentran nada que lo incrimine. Hasta el 18 de noviembre, son 4 meses como de un noviciado al martirio.
El 16 de noviembre van hasta su casa, registran de nuevo, y encuentran el arma incriminatoria: Un crucifijo blanco y verde, símbolo de la JACE. El 17 vuelven a su casa y llevan preso a Manolo. Por la noche, los carceleros cumplen su ya acostumbrado ritual: Lo libran de madrugada para que las patrullas en las calles de Madrid lo encuentren y lo asesinen.
Así sucede. Una patrulla de milicianos lo encuentra y lo toman para fusilarlo. Empujones, caminar aprisa, burlas, escarnios. Manolo resiste apretando un crucifijo en un bolsillo de su pantalón. Las burlas son mayores cada vez. Igualmente los golpes. Los soldados se enardecen más, por la serenidad de Manolo. Ya hasta están cansados de burlarse. Uno de ellos, sorprendido por la resistencia de este joven, le pregunta de dónde saca tantas fuerzas. Manolo, con una entereza y una seguridad absolutas, responde, sacando su crucifijo del pantalón: “De Éste: ¡CRISTO Y YO, MAYORÍA APLASTANTE!”, y besaba, incansable, el crucifijo. Esta fue la excusa para el fusilamiento. Manolo recibió las descargas sobre su cuerpo, mientras seguía besando el crucifijo.
Como para simbolizar su entrega total a Cristo, un miliciano le clavó el crucifijo a la boca con un culatazo del fusil. Había obtenido así, Manolo Llanos, la victoria definitiva. Eran las primeras horas del 18 de noviembre de 1936.
“PARA QUE COMO ÉL, SEPAMOS CREER SIN VER”
En este grupo hace verdaderas amistades. Con ellas logra una profunda compenetración: Son jóvenes inquietos, como él; y comparten las inquietudes apostólicas y las ansias de santidad, como él. En su juventud, soñaba con la mujer que sería en el futuro su esposa; y, aún sin conocerla, la veneraba con gran amor y la colocaba en lugar preeminente.
En 1933 hace unos ejercicios espirituales de tres días que marcan su vida. Su vocación futura sería definitivamente el apostolado y la santidad. En estos tiempos ya la tensión en España era insoportable, y los aires de guerra eran tormentosos. Manolo vivió este tiempo profundamente.
En la primavera de 1934 viaja a Roma en peregrinación junto a otros 3000 jóvenes de Acción Católica. Conoce a fondo los lugares históricos romanos, ve al Papa en audiencia y queda entusiasmado con su figura. Pero el encuentro con la Roma de los mártires le revela su verdadera vocación: El martirio. Desde ese momento sus conversaciones, sus escritos, sus poesías, resumían las ansias de entregar definitivamente su vida a Cristo, a través del martirio.
Su vida de universitario es marcada con este hecho. En sus estudios de Arquitectura es el mejor alumno y el más responsable. Tiene como punto de honor y testimonio ser el primero del curso. Además, entiende que su apostolado, principalmente, lo debe ejercer entre sus compañeros.
Su frase preferida era “más, más”. Esto es repetido constantemente en sus escritos. Quería una unión cada vez más profunda y esencial con Cristo y su Cruz. Esto fue haciéndose norte de su vida.A principios del año 1936 se siente ya llamado concretamente, con nombre y apellido, al martirio. Su martirio propiamente comienza el 18 de julio de 1936. Se encuentra preso en su domicilio. El 22 de julio, al no resistir el arresto domiciliario, se encamina a su Parroquia.
Es detenido, confiesa valientemente su fe y es liberado luego de un registro a su casa, donde no encuentran nada que lo incrimine. Hasta el 18 de noviembre, son 4 meses como de un noviciado al martirio.
El 16 de noviembre van hasta su casa, registran de nuevo, y encuentran el arma incriminatoria: Un crucifijo blanco y verde, símbolo de la JACE. El 17 vuelven a su casa y llevan preso a Manolo. Por la noche, los carceleros cumplen su ya acostumbrado ritual: Lo libran de madrugada para que las patrullas en las calles de Madrid lo encuentren y lo asesinen.
Así sucede. Una patrulla de milicianos lo encuentra y lo toman para fusilarlo. Empujones, caminar aprisa, burlas, escarnios. Manolo resiste apretando un crucifijo en un bolsillo de su pantalón. Las burlas son mayores cada vez. Igualmente los golpes. Los soldados se enardecen más, por la serenidad de Manolo. Ya hasta están cansados de burlarse. Uno de ellos, sorprendido por la resistencia de este joven, le pregunta de dónde saca tantas fuerzas. Manolo, con una entereza y una seguridad absolutas, responde, sacando su crucifijo del pantalón: “De Éste: ¡CRISTO Y YO, MAYORÍA APLASTANTE!”, y besaba, incansable, el crucifijo. Esta fue la excusa para el fusilamiento. Manolo recibió las descargas sobre su cuerpo, mientras seguía besando el crucifijo.
Como para simbolizar su entrega total a Cristo, un miliciano le clavó el crucifijo a la boca con un culatazo del fusil. Había obtenido así, Manolo Llanos, la victoria definitiva. Eran las primeras horas del 18 de noviembre de 1936.
“PARA QUE COMO ÉL, SEPAMOS CREER SIN VER”
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