viernes, 21 de marzo de 2014

-SED DE AGUA VIVA








NO ES AGUA EMBOTELLADA: Por Javier Leoz

En muchos momentos valoramos las cosas o cuando no las tenemos o cuando, esas cosas, son escasas. Eso ocurre por ejemplo con el agua en una gran parte de nuestro mundo. Y, además de los valles, también se resecan las gargantas de la humanidad.

1. Lo mismo que la tierra tiene sed, algo parecido le ocurrió a Jesús. Estaba cansado, sediento y pedía agua. Al borde de un pozo, la Samaritana, quería quedarse en lo superficial (que también es importante) pero Jesús le ofrece otro agua que es surtidor de paz y de vida interior, de felicidad y de dicha.

¿Dónde tienes tú el cántaro? Respondería la Samaritana. Decía, reclamaba y hacia como tantas veces lo hacemos nosotros cuando ponemos trabas e inconvenientes a Dios para que no actúe en nuestras vidas. ¿De qué estamos sedientos? ¿Del agua cristalina y fresca? ¿O de algo más? El mundo, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, están/estamos saturados de todo y, a la vez, de nada. Sentimos que no nos falta lo necesario para vivir y, en un sentimiento encontrado, percibimos que nos falta siempre un “algo” para ser felices.

Es entonces cuando, Jesús, entra en acción. No nos ofrece el agua embotellada o etiquetada que el negocio nos vende. Jesús, consciente de la sed del hombre. Esa sed que no es apagada por la frescura del agua corriente, nos lleva a una fuente que calma nuestra ansiedad y sed de Dios. Entre otras cosas, sentarse junto al pozo de Jesús, implica –además- sentarse frente a la verdad de uno mismo. Y, esto, ¡cuánto nos cuesta!

2. Todos, también los que estamos preparándonos a los días santos de la Pascua, tenemos un pozo donde y en el que encontrarnos con el Señor.

--El pozo de la oración. En él, el Señor, nos moldea y nos habla. Es un pozo en el que, el corazón que busca a Dios, se abre de tal manera, que el Espíritu obra maravillas en él.
--El pozo de la Eucaristía. Cuando nos acercamos a ella sentimos que, además de mitigar la sed, el Señor nos alimenta y fortalece para seguir batallando en la vida.
--El pozo de la Palabra. Al acercarnos al pozo de la Palabra sentimos que el Señor nos interpela con la misma fuerza que a la Samaritana. Parece como si, ésta o aquella Palabra, estuviera expresamente indicada, dicha y diseñada para cada uno de nosotros. Como si Dios, al igual que lo obró en la misma Samaritana, tuviera especial interés en despertar nuestra sed por El y para El.
--El pozo de la Iglesia. Muchos hermanos nuestros, amigos y conocidos, prefieren buscarse sus propias fuentes para creer y esperar. Pero ¿Quién nos ha dado de beber, con pasión de madre y gratuitamente, el agua del Evangelio, del amor de Dios o de los sacramentos que incentiva y da vida a nuestra fe? El pozo de la Iglesia. En él nos sentamos para escuchar la Palabra; para ponernos en paz con Dios por el sacramento de la reconciliación; para recibir el pan de la Eucaristía o para compartir, lo mucho o lo poco que tenemos, con los más necesitados.

Frente a un mundo hambriento y sediento por lo superfluo, la Samaritana, representa esa parte interior, que todos nosotros poseemos, y que está llamada a despertar, cuidarse y descubrirse por el encuentro personal con Jesús.

Está bien que, como necesitados del agua natural, la pidamos a Dios pero, de igual manera, miremos un poco más allá; profundicemos bajo las aguas del simple pozo de nuestra existencia y…busquemos ese Espíritu que nos puede dar vida y tonificar totalmente, de arriba abajo, lo que somos, pensamos y realizamos.

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