NO ES
AGUA EMBOTELLADA: Por Javier Leoz
En muchos
momentos valoramos las cosas o cuando no las tenemos o cuando, esas
cosas, son escasas. Eso ocurre por ejemplo con el agua en una gran
parte de nuestro mundo. Y, además de los valles, también se resecan
las gargantas de la humanidad.
1. Lo mismo
que la tierra tiene sed, algo parecido le ocurrió a Jesús. Estaba
cansado, sediento y pedía agua. Al borde de un pozo, la Samaritana,
quería quedarse en lo superficial (que también es importante) pero
Jesús le ofrece otro agua que es surtidor de paz y de vida interior,
de felicidad y de dicha.
¿Dónde
tienes tú el cántaro? Respondería la Samaritana. Decía, reclamaba
y hacia como tantas veces lo hacemos nosotros cuando ponemos trabas e
inconvenientes a Dios para que no actúe en nuestras vidas. ¿De qué
estamos sedientos? ¿Del agua cristalina y fresca? ¿O de algo más?
El mundo, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, están/estamos
saturados de todo y, a la vez, de nada. Sentimos que no nos falta lo
necesario para vivir y, en un sentimiento encontrado, percibimos que
nos falta siempre un “algo” para ser felices.
Es entonces
cuando, Jesús, entra en acción. No nos ofrece el agua embotellada o
etiquetada que el negocio nos vende. Jesús, consciente de la sed del
hombre. Esa sed que no es apagada por la frescura del agua corriente,
nos lleva a una fuente que calma nuestra ansiedad y sed de Dios.
Entre otras cosas, sentarse junto al pozo de Jesús, implica –además-
sentarse frente a la verdad de uno mismo. Y, esto, ¡cuánto nos
cuesta!
2. Todos,
también los que estamos preparándonos a los días santos de la
Pascua, tenemos un pozo donde y en el que encontrarnos con el Señor.
--El pozo de
la oración. En él, el Señor, nos moldea y nos habla. Es un pozo en
el que, el corazón que busca a Dios, se abre de tal manera, que el
Espíritu obra maravillas en él.
--El pozo de
la Eucaristía. Cuando nos acercamos a ella sentimos que, además de
mitigar la sed, el Señor nos alimenta y fortalece para seguir
batallando en la vida.
--El pozo de
la Palabra. Al acercarnos al pozo de la Palabra sentimos que el Señor
nos interpela con la misma fuerza que a la Samaritana. Parece como
si, ésta o aquella Palabra, estuviera expresamente indicada, dicha y
diseñada para cada uno de nosotros. Como si Dios, al igual que lo
obró en la misma Samaritana, tuviera especial interés en despertar
nuestra sed por El y para El.
--El pozo de
la Iglesia. Muchos hermanos nuestros, amigos y conocidos, prefieren
buscarse sus propias fuentes para creer y esperar. Pero ¿Quién nos
ha dado de beber, con pasión de madre y gratuitamente, el agua del
Evangelio, del amor de Dios o de los sacramentos que incentiva y da
vida a nuestra fe? El pozo de la Iglesia. En él nos sentamos para
escuchar la Palabra; para ponernos en paz con Dios por el sacramento
de la reconciliación; para recibir el pan de la Eucaristía o para
compartir, lo mucho o lo poco que tenemos, con los más necesitados.
Frente a un
mundo hambriento y sediento por lo superfluo, la Samaritana,
representa esa parte interior, que todos nosotros poseemos, y que
está llamada a despertar, cuidarse y descubrirse por el encuentro
personal con Jesús.
Está bien
que, como necesitados del agua natural, la pidamos a Dios pero, de
igual manera, miremos un poco más allá; profundicemos bajo las
aguas del simple pozo de nuestra existencia y…busquemos ese
Espíritu que nos puede dar vida y tonificar totalmente, de arriba
abajo, lo que somos, pensamos y realizamos.
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