La presentación de este libro, "La Vitamina R", estuvo reservada en un principio, y como era lógico, a un amigo del autor, también cursillista, el señor José Toro García, quien, aceptando la petición de D. Enrique, habría viajado desde Ecuador, para entregar, con mayor elocuencia y propiedad de quien les habla, una visión adecuada y atractiva, de las enseñanzas, vivencias, testimonios de fe, ejemplos conmovedores, que a través de esta obra nos brinda su autor.
Puede que a muchos, el título del libro les cause extrañeza. No obstante, al aventurarnos en su lectura, seremos iluminados y nos veremos realmente asombrados y gratamente complacidos por un universo "DE COLORES".
Agradezco, cordial y sinceramente el honor de presentar a Uds. "La Vitamina R". No tengo el privilegio de pertenecer al Movimiento Cursillos de Cristiandad. Solo ostento ante este distinguido y afable grupo de amigos del autor, mi condición de hijo fiel de la Iglesia Católica, viejo profesor e incondicional amante de los libros.
En primera instancia, conviene que nos preguntemos: ¿Por qué y para qué presentar un libro? El filósofo y novelista italiano Umberto Eco (1932-2016) asevera : "El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee". Los libros requieren ser presentados. Antaño y todavía, los libros se presentaban, primero, dedicándolos a personajes de la nobleza o a famosos mecenas. La otra forma, aún vigente, era, es, pidiendo a otro escritor con más fama que el autor, que le otorgara la gracia de un Prólogo.
Volvamos a Umberto Eco. Cuando habla de "libros preciosos" no está refiriéndose a esas maravillas de textos renacentistas cuyo material era siempre el pergamino y la encuadernación de terciopelo carmesí, con guarniciones de plata. Ya había sido imventada la imprenta pero grandes bibliotecas como la de Urbino y la del Vaticano pagaban a cuarenta o cincuenta copistas, calígrafos de excelencia, para que con la bella letra neoitaliana transcribieran los discursos de Cicerón o los Diálogos de Platón. Federico de Urbino "se hubiera avergonzado de poseer un libro impreso". No obstante la imprenta también ofrecería libros, hasta el presente, que son preciosos por la fineza del papel, su noble empaste, sus cantos dorados o policromados, sus tapas de cuero repujado o sus ilustraciones bellísimas obras de artistas como Lucas Cranack, Alberto Durero o Gustavo Doré. No, Eco no nos habla de esos libros. Habla de libros preciosos que nadie lee. Amigos, lo medular, lo que hace que un libro sea libro es el contenido. Lo que la tinta dejó impreso en cada página. Tras esos miles de caracteres- del idioma que sea- hay un emisor, un poeta o hablante lírico, un narrador, un pensador o el mismo Dios, autor principal de la Biblia como nos enseña nuestra fe. Precioso. Esto es, que tiene precio, pero un precio inestimable ,valioso, pero también mágnífico, perfecto, gracioso, pulcro. Ahora bien, los libros auténticamente preciosos son aquellos que nutren la inteligencia del lector, que iluminan su mente, que conmueven su corazón ante lo bueno,que abren los ojos del alma a realidades insospechables. Oyó Agustín la voz que lo invitaba: "Tolle et lege". Toma y lee. Tomó y leyó Agustín y esa carta del apóstol Pablo convirtió al sabio Agustín en santo.En otros libros se había convertido en erudito. Leyendo al Apóstol de las gentes se encontró con Cristo. (Cf S. Agustín: Confesiones Cap XII del libro VIII). Es probable que alguien piense: el libro está obsoleto. Pasó de moda. No es así. Todavía se publican muchos libros y todavía hay gente que lee. Lo triste es que diez libros que se escriben, solo se editan cinco y de estos cinco solo se lee uno.
En ese precioso librito (tiene solo 112 páginas) de Antoine de Saint Exupéry, "El Principito", el zorro le dice al Principito: "Los ritos son necesarios". Estamos aquí para cumplir un rito: presentar un nuevo libro. Nuestra presencia obedece a un impulso del corazón que nos dice: con gozo, con fraternal afecto compartamos el placer de D. Enrique, porque ha conseguido su anhelo: escribir un libro. ¡Bendito sea Dios!
En el mundo de la matemática se suma, se resta, se multiplica, se divide. En el mundo del lenguaje: se escucha,se habla, se lee, se escribe. De estas cuatro operaciones, la más difícil es escribir.
Nos sentimos orgullosos de nuestros inventos, nuestra vanidad rebalsa toda medida por los avances tecnológicos o ante los llamados aciertos científicos. El Doctor Gregorio Marañón (1887-1960) famoso por sus estudios de endocrinología y sus ensayos biográficos e históricos, nos recuerda que ninguno de nuestros inventos se puede comparar en trascendencia a los que tuvo que hacer el hombre en los albores de su vida humana: a la invención del uso múltiple y fino de la mano (entre esos usos el de aprender a tomar el lápiz- ahora también en vías de olvidarse- trazar letras y números, o sea, escribir.) Pero antes, fue preciso que, gradualmente, se aprendiera a escuchar, a modular, hablar, para luego inventar la escritura. En la civilización sumeria, 3.500 años antes de Cristo aparecen los primeros libros; recordemos, fueron ladrillos cocidos. Hoy la tecnología nos hace olvidar esta bella operación del lenguaje que es la escritura porque dicen: "La imagen lo es todo." Está bien como eslogan , pero todo eslogan es falso.
Vayamos ahora a lo que nos convoca. Correspondería referirnos a la persona de D. Enrique. Obviaremos sus datos biográficos. A mayor abundamiento es él mismo quien nos relata su itineriario por este valle de lágrimas en el capítulo titulado: "Periplo de un cursillista."
El célebre y conocidísimo escritor Stevan Zweig, consignó en una de sus obras la siguiente aseveración: "Solamente la suma de todas las resistencias vencidas es la que da la medida exacta de la hazaña y del hombre que la realiza". Pido que me disculpen, pero repetiré la cita.
"Vitamina R" es la hazaña de nuestro escritor bisoño Enrique Anguita Marchant. Seguramente, en un momento de inspiración, Enrique pensó como los antiguos romanos: "Verba volant, scripta manent" (Las palabras vuelan, los escritos permanecen.) Tomó la decisión de escribir un libro. Hoy nos puede decir, como Cervantes en el Prólogo de la II Parte del Quijote: "¿Pensará vuestra merced ahora, que es poco trabajo hacer un libro?"
Diose pues nuestro entusiasmado escritora vencer todas las resistencias que se le presentaron. Escribió, re-escribió, corrigió, suprimió, aumentó, reemplazó, ordenó y volvió a ordenar. Su humildad le hizo pedir ayuda, que parece, no le fue negada. He aquí- reitero con Zweig- la medida exacta de la hazaña y del hombre que la realiza. Aquí están las sumas de las resistencias vencidas. El escritor y su obra.
Acojamos el libro que Enrique nos ofrece. Que no sea un libro más que nos queda por leer. "El mundo está lleno de libros que nadie lee." En 1914, el Premio Nóbel de Literatura André Gide, en su obra "Las Grutas del Vaticano", se lamentaba : "Tanta gente que escribe y tan poca que lee. Es un hecho: cada vez se lee menos" Al cabo de 110 años no hemos corregido el rumbo.
Esta primera obra de Enrique- sabemos que aspira a no soltar la pluma- se forja cuando el autor, cual agobiado peregrino, se toma un descanso; reposa, y no solo considera cuanto le queda por recorrer, sino que divaga, hace memoria, teje su historia, recordando lo que ha sido su caminary el de los que con él caminan. Con una certeza. No osará exclamar él como el poeta, que extinguida la lámpara de la fe, lamenta: "Caminante, no hay camino." Enrique y sus compañeros de ruta saben que sí, que hay camino: ¡Cristo! Hemos escuchado su Palabra: Cuando temerosamente Tomás pregunta: "Señor, no sabemos adónde vas ¿Cómo vamos a conocer el camino?" Jesús contestó: "¡Yo soy el Camino!" (Juan 14, 5) ¡Sí! ¡Cristo es el Camino!
Enrique escribe además, por una razón muy humana; admite como Octavio Paz que "Leer y escribir es conversar con los otros y con uno mismo." Lo sorprendente de este libro es que, paradojalmente, no sea de un solo autor, sino de una comunidad de autores, Esta obra es consecuencia de la fraternidad que caracteriza al Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Súbitamente afloran a mi mente y a mis labios las palabras de aquel brevísimo pero inspirador salmo cuando canta: ¡Qué bueno es, cuán delicioso es vivir unidos los hermanos. Es como el ungüento perfumado que baja por las barbas de Aarón, que se desliza por la orla de su vestimenta." Bellísimo elogio de la hermandad. (Salmo 132)
Los hombres somos hermanos por la sangre, por la patria, por los intereses, pero especialmente por la fe. La fraternidad intensa, profunda, auténtica de los cursillistas aflora en estas páginas en forma prístina. Nuestra Iglesia y el mundo necesitan enfatizar la necesidad de la hermandad. El Evangelista San Juan es categórico al respecto: "Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Quien odia a su hermano está en tinieblas y no sabe adónde va, porque la oscuridad ciega los ojos" (Juan I Carta cap.3,v.10) y más adelante insiste: "Si uno dice que ama a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1a.Carta de Juan, cap 4- v.20)
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