Cada
año litúrgico, en su último domingo, la Iglesia como que nos
propone una evaluación o examen sobre nuestra fe en Jesús. ¿Es
cierto que ese Jesús, el Hijo amadísimo del Padre, cuyo misterio en
sus diversos acontecimientos y manifestaciones has ido contemplando y
celebrando a lo largo del año es tu Rey, ¿tu Señor?
Recuerdo que hace ya bastantes años en San Pedro Sula (Honduras), una joven señora con la que hace ya tiempo perdí todo contacto, después de hacer su Cursillo de Cristiandad siempre que hablaba de Jesús, al menos conmigo, se refería a Él como a... "mi Señor". Al principio me causaba extrañeza y me resultaba como algo ¡¿innecesario?! Pero sintiendo la sinceridad con que lo expresaba, puedo confesar que poco a poco, aunque no la imité explícitamente, sí que me ayudó a calibrar mejor mi relación con Jesús.
Recuerdo que hace ya bastantes años en San Pedro Sula (Honduras), una joven señora con la que hace ya tiempo perdí todo contacto, después de hacer su Cursillo de Cristiandad siempre que hablaba de Jesús, al menos conmigo, se refería a Él como a... "mi Señor". Al principio me causaba extrañeza y me resultaba como algo ¡¿innecesario?! Pero sintiendo la sinceridad con que lo expresaba, puedo confesar que poco a poco, aunque no la imité explícitamente, sí que me ayudó a calibrar mejor mi relación con Jesús.
¿Es de verdad Jesús el Señor de mi vida? Parece preguntarnos la liturgia de este domingo. Y no, no se trata de respondernos afirmativamente, sino de atisbar si de verdad es un hecho "real" en mi vida...
Es impresionante contemplar en el Evangelio de Lucas que quien nos resulta maestro en este reconocimiento es un malhechor. Parece insinuar que nosotros, en cualquier circunstancia de vida, también podemos aceptar a Jesús como "Señor".
Claro que nos va más la petición del malhechor de enfrente, el que nos causa horror, cuya única pretensión es ser librado de la "cruz".
Contempla el "Señorío de Jesús": "Hoy estarás conmigo...".
Para rezar esta semana es fantástico el himno de la segunda lectura tomada de la carta de Pablo a los Colosenses, 1, 12-20. No dejes de hacerlo.
Que Dios te bendiga.
Un abrazo.
Padre José Antonio
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