1.- LA CENICIENTA DE LA TRINIDAD: Por José María Maruri SJ
1. - Quizás hayáis leído alguna vez este cuentecillo indio. Dice que Dios, que tiene buen humor, quiso jugar al escondite con el hombre y se puso a discutir con sus consejeros dónde estaría mejor escondido: Hubo opiniones para todos: que si en el bosque, que si en el fondo del mar, hasta que si en un cajón de un armario. Pero el más anciano y sabio de sus consejeros le dijo:
-Señor, escóndete en el corazón del hombre. Es el último sitio donde se le ocurrirá buscarte.
El Espíritu Santo es el Dios escondido y hasta ignorado. Diría yo, que la Cenicienta de la Trinidad. Siendo indispensable para la vida del hombre y de la Iglesia es el menos protagonista, como suelen ser las amas de casa que sólo se les nota cuando faltan. En japonés a la esposa, ama de casa, se le llama Oku-sama. Que significa la señora que está dentro, la que no aparece, pero que verás si se declara en huelga.
2. -También el Espíritu Santo es el Señor que está en el interior. El que no aparece. El que habita en el corazón del hombre, donde rara vez el hombre le busca.
Antes buscamos a Dios en los montes, en el mar, en una maravillosa puesta de sol, en árboles grandiosos o en las pequeñas flores del campo.
Y es que, tal vez, nos parezca imposible que quiera habitar en un sitio donde tantos deseos, poco dignos y honorables, salen afuera. Y sin embargo, el Espíritu de Dios habita en nosotros.
Habita, no está. No es un huésped de un día. No está de paso. Habita. Tiene allí su casa. Es Señor del sitio que ocupa.
No está como un cuadro, un retrato o una estatua. Es un ser viviente que ha hecho de nuestro corazón su morada.
Allí podemos encontrarlo siempre cercano, compañero de mi soledad, amigo sentado a mi vera en la penumbra de un suave atardecer. San Agustín que lo busco locamente a través de la hermosura y los placeres de afuera, al fin lo encontró dentro y exclamó: “Señor, más íntimo y mío que yo mismo”. Lo encontró comprensivo, bondadoso, perdonador, amigo. “Intimior, intimo meo”, más dentro de mí que yo mismo.
3. - El Espíritu de Dios que se nos ha metido en casa es viento y es fuego, mezcla peligrosa, un rescoldo mal apagado en el monte azuzado por viento sabemos de lo que es capaz. Soplando sobre el rescoldo de la Fe que hay en el corazón, el Espíritu de Dios puede levantar imprudentes llamas. Lo ha hecho a lo largo de la Historia cuando ha encontrado hombres que se han dejado arrasar y quemar por el Espíritu: San Francisco de Asís se entrega con toda imprudentemente a salvar a infieles. La Madre Teresa de Calcuta sale de una Congregación Religiosa para entregar imprudentemente su vida a los hambrientos y agonizantes.
Y es notable que este Espíritu, cuando levanta llamas en un rescoldo olvidado es siempre en favor de los demás. Es fuego, es luz y tiende a comunicarse.
¿No estará este buen amigo tratando de encender una buena hoguera dentro de nosotros? ¿No nos pide alguna imprudencia en el dar, o el darnos a los demás? ¿No nos pide algún cambio radical en nuestras vidas? ¿No nos pide llenar de Dios la vaciedad de nuestras vidas?
Mirad, creo que todos nosotros tenemos instalado un perfecto sistema contra incendios. En cuanto sentimos que el Espíritu de Dios nos intranquiliza echamos toda la ceniza que podemos en el rescoldo y lo apretamos bien, como se hacía con los braseros con la paleta, para dejarlo siempre en rescoldo y que no haya peligro de que se convierta en llamas. Nosotros mismos vamos vestidos de amianto y con casco para no quemarnos.
Hoy es el día en el que ese Espíritu de Dios abrasó a los apóstoles y gracias a ello llegó a nosotros la Fe. Dejémonos quemar bajo el soplo del Espíritu.
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